El cierre de la emblemática chimenea de Ventanas, símbolo de las «zonas de sacrificio» ambientales en Chile
La chimenea que durante décadas fue sinónimo de progreso, pero sobre todo de daño ambiental, se apagó este miércoles en Chile.
Desde 1964 fue el símbolo de la fundición de cobre de Ventanas, en la región central del país, Valparaíso, y durante años contaminó el aire de un área que terminó convirtiéndose en la «zona de sacrificio» más emblemática de Chile.
Este miércoles se inicio un proceso de cierre gradual impulsado por el presidente Gabriel Boric, que ha hecho de la política medioambiental uno de los ejes de su mandato.
El cese de las operaciones de esta planta, perteneciente a la Corporación Nacional del Cobre de Chile (Codelco), es una clara advertencia sobre los urgentes resguardos que demanda el desarrollo de una economía basada en la explotación minera.
Capaz de crear el cobre de más alta pureza -imagen de la riqueza de Chile-, el proceso de fundición generó también gases y contaminación. La población local -asentada principalmente en las comunidades de Quintero y Puchuncaví- fue la más afectada, víctima de repetidos episodios de intoxicación.
Ventanas combina en su paisaje el mar, las playas y las instalaciones industriales.
Es un sábado soleado, el último de mayo, y una decena de familias aprovecha a pasear por la bahía que rodea a la planta cuprífera. La marea está alta, el oleaje es suave.
«¿Dónde vas a encontrar una playa más tranquila?», dice un vecino sentado en la arena, apuntando a las olas que se desplazan bajas y apacibles hacia la orilla.
Al fondo asoman instalaciones portuarias, portones y construcciones de acero, fierro, concreto y una enorme chimenea.
Es una zona industrial donde opera un complejo termoeléctrico y una serie de empresas dedicadas a la distribución o almacenamiento de químicos, hidrocarburos, gas licuado, cemento y otras.
En esta área, se registran emisiones atmosféricas de anhidrido sulfuroso (SO2), monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno, material particulado, compuestos orgánicos volátiles e hidrocarburos «entre otros compuestos y contaminantes», según los datos del 27 de mayo que publicó el Ministerio de Salud.
Ventanas aportaba el 54% de las emisiones anuales de dióxido de azufre, un componente dañino para la salud de las personas, de acuerdo con el gobierno de Chile.
Desde este miércoles se acaba con las operaciones de fundición, que es un proceso esencial en la minería, que purifica el concentrado de cobre proveniente de las minas, y es contaminante.
Sin embargo, seguirá operando la refinería, que es el paso siguiente de la fundición y que permite generar los cátodos de cobre de alta pureza y valor. Según Codelco, este proceso no genera emisiones.
Un hito medioambiental
Ventanas fue un símbolo de progreso en Chile, principal exportador de cobre mundial, antes de que la comunidad, las organizaciones ambientales y distintas autoridades locales lograran hacer ver al país y los gobiernos los enormes costos ambientales y sanitarios que pagaban por su operación.
La clausura de la fundición que operó por más de medio siglo, desde 1964, marca un hito en la historia de Ventanas y del país, y representa un giro importante en la política medioambiental chilena.
La decisión fue aprobada en el directorio de Codelco, cuyo presidente, Máximo Pacheco, fue nombrado por el mandatario Gabriel Boric.
El propio Boric, que ha hecho de la lucha medioambiental una de las banderas de su mandato, concretó en junio de 2022 una decisión compleja que había sido postergada por diversos gobiernos.
«No queremos más zonas de sacrificio. Hoy existen cientos de miles de personas que viven en nuestro país expuestas al deterioro ambiental severo que hemos causado o permitido, y que como chileno, me avergüenza», dijo el presidente en aquella ocasión.
En ese mismo mes de junio del año pasado, varios habitantes de la zona habían llegado a los centros de salud una vez más con vómitos y mareos, y se registraban altos niveles de dióxido de azufre en el lugar.
El episodio fue determinante para una resolución que se estudiaba hace varios años.
La decisión debió pasar luego por el Congreso, que, en un país donde los acuerdos políticos son cada vez más difíciles de alcanzar, la aprobó en forma unánime en marzo de 2023.
«Apagamos los hornos, paramos todos los equipos y la chimenea deja de funcionar», dijo el presidente de Codelco.
El cese de las operaciones de esta planta es también emblemático por la dimensión que tuvo para la enorme industria del cobre en Chile.
En su discurso de cierre, Ricardo Weishaupt Hidalgo, gerente general de la división Ventanas, señaló: «En estos 58 años, hemos fundido más de 18 millones de toneladas de concentrado, y es un logro que nos debe llenar de orgullo, porque se ha hecho siempre con total apego a la ley».
«A medida que la regulación ambiental fue más rigurosa, nosotros también nos fuimos adaptando», agregó el ejecutivo.
Según cifras oficiales, la compañía estatal invirtió más de US$200 millones en los últimos 18 años para lograr una operación más eficiente y sustentable.
Pero eso no fue suficiente para impedir el cierre.
Y aunque se espera que de ahora en adelante la contaminación disminuya en la llamada «zona de sacrificio», seguirá existiendo un cordón industrial que podría complicar la situación.
De hecho, el mismo día en que se informó la fecha de cese de la fundición de Codelco, la Superintendencia de Medio Ambiente planteó nuevas medidas de control de contaminantes para otras siete empresas que operan en la zona.
«Queremos que se cierre ya»
En uno de los incidentes que mejor representa la profundidad de la crisis ambiental que afecta a la zona, en 2011, se decidió clausurar La Greda, una escuela ubicada a 500 metros del complejo industrial de Ventanas, tras encontrar plomo y arsénico en las muestras sanguíneas del alumnado.
Judith Flores estudió en La Greda, cuando las autoridades relocalizaron la escuela a dos kilómetros de su edificio original. Su familia vive en Ventanas hace al menos tres generaciones.
«Yo estudié en la segunda escuela, la que tuvieron que cambiar de lugar, porque los niños se estaban contaminando mucho. Se tenían que ir a la casa, con dolor de cabeza, vómitos, se sentían decaídos. Y eso sigue pasando ahora, porque la contaminación es muy alta», cuenta en una pausa en el local de comida rápida donde trabaja.
«Vivo aquí porque el pueblo es tranquilo. Más adelante obviamente me quiero ir a vivir al otro lado, si no voy a terminar con cáncer, como la mayoría de las personas que ha estado acá toda la vida. Mi abuela tenía cáncer al cerebro», relata con preocupación.
En la zona inquieta la gravedad de la contaminación, pero también pesa el temor a perder los trabajos que ofrecen las industrias de la zona.
«Hace tiempo vienen diciendo que van a cerrar Codelco y las plantas que están ahí. Pero como trabaja tanta gente, es casi imposible que la cierren. Por eso alguna gente de aquí tampoco quiere que la cierren, porque vamos a quedar con menos trabajo, con el poco trabajo que hay», teme la vendedora.
Ventanas contaba con poco más de 300 trabajadores. 200 de ellos optaron por el plan de egreso especial. Más de 80 van a incorporarse a la refinería, que aún seguirá en marcha, y 61 serán reubicados en otras divisiones de la cuprífera.
Más incierto es el futuro para las cerca de 700 personas que trabajaban como contratistas.
Rosa llegó a Ventanas hace unos cinco años. Está terminando su jornada laboral del fin de semana. Cuenta que comenzó a visitar la comuna en días de vacaciones porque tenía familia en la zona.
«Me gustó el lugar, pasaba harto (mucho tiempo) acá, pero no tenía idea del tema de la contaminación. Pero desde que llegamos a vivir, sentíamos siempre un olor extraño, comenzaron los dolores de cabeza», relata.
«Uno va a la plaza estos días y hay mucho olor, es como si uno tuviera encima un tubo de escape», describe.
«Sabía que se iba a cerrar», dice sobre la fundición. «Pero siempre supe que era a largo plazo. Queremos todos que se cierre ya. Resulta que necesitamos que se cierre porque estamos enfermándonos».
«El humo era futuro»
La historia de la fundición de Ventanas no comienza con los episodios críticos.
Medio siglo atrás, cuando se inauguró como parte de ENAMI, la Empresa Nacional de Minería, la instalación «fue recibida con alegría y esperanza por la comunidad», dijo Ricardo Weishaupt Hidalgo.
«La comunidad incluso dio una dura pelea para que se instalara en esta zona, disputándose el proyecto con otras ciudades…Veían en la fundición una oportunidad de desarrollo para sus familias y para la zona», dice el directivo.
Por ello hay quienes lamentan el cierre de la fundición y se opusieron en forma férrea la clausura por las consecuencias económicas.
«Hemos llorado harto», le dice a BBC Mundo Andrea Cruces, que en su papel de dirigente sindical hizo duras críticas al gobierno y fue parte de la movilización de la Federación de Trabajadores del Cobre contra el anuncio.
Cruces creció en el ambiente de la fundición, a la que su padre llegó a trabajar en 1976.
«Mi padre, obrero, educó a sus siete hijos. No emanaba un dineral, éramos muy humildes, pero éramos millonarios en valores», dice. Ella se incorporó a la misma empresa a mediados de los 80, cuando tenía 18 años.
«En aquellos años se contaminaba. Eso es verdad. Pero se pensaba que mientras la chimenea echaba humo, era futuro, era progreso para toda la región. Nosotros nos cubríamos del gas, nos cubríamos del humo. Era así. Por supuesto, con los años nos dimos cuenta, y supimos que había mucha contaminación. Y se empezaron a hacer inversiones en Ventanas… Con inversión podíamos seguir viviendo, pero no hubo inversión», lamenta.
Colombia se sitúa en el tercer puesto de crisis humanitarias más desatendidas del mundo, según la lista anual publicada por el Consejo Noruego para los Refugiados (NRC), en la que entró por primera vez porque en el país hay 7,7 millones de personas con necesidades humanitarias.
Esta clasificación “pone en evidencia el incremento de las necesidades humanitarias a medida que el prolongado conflicto sigue desplazando a miles de personas. Al mismo tiempo, Colombia acoge a cerca de 2,5 millones de personas venezolanas que huyen de la creciente crisis humanitaria de ese país”, alertó Giovanni Rizzo, director de NRC en Colombia.
“Esta desatención no es inevitable, es una elección. En el país hay 7,7 millones de personas con necesidades humanitarias y es muy preocupante que los donantes internacionales solo financien un poco más de un tercio de los fondos necesarios para cubrir las necesidades más básicas de la población”, agregó Rizzo en un comunicado difundido este jueves.
Asimismo, el informe también puso de manifiesto la “escasa cobertura mediática sobre asuntos relacionados con el desplazamiento en Colombia”.
En 2022, el número de personas desplazadas asociadas con el conflicto y la violencia en Colombia fue uno de los más altos en más de una década: a finales de 2022 había 4,8 millones de personas en situación de desplazamiento como consecuencia del conflicto y la violencia, mientras que casi seis millones de personas siguen viviendo bajo la influencia de actores armados no estatales.
Según la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA), la financiación total del plan de respuesta humanitaria de Colombia fue de 108 millones de dólares en 2022, de los 282 millones de dólares solicitados, lo que hace que la respuesta solo esté financiada en un 38 %.
La lista anual de las crisis de desplazamiento más desatendidas que elabora NRC se basa en tres criterios: financiación humanitaria inadecuada, falta de atención mediática y ausencia de iniciativas políticas y diplomáticas internacionales.
Burkina Faso encabeza la lista de las crisis de desplazamiento más desatendidas del mundo, seguida de la República Democrática del Congo. Tres países latinoamericanos se situaron entre las diez crisis humanitarias más desatendidas del mundo, pues junto a Colombia también estuvieron El Salvador y Venezuela.
Tanto Colombia como El Salvador son nuevos en la lista.