50 años de la visita de Nixon a China: la historia detrás de la «semana que cambió el mundo»
Richard Nixon sabía que estaba haciendo historia y lo dejó muy claro durante aquella cena cuando al momento de hacer un brindis en honor a sus anfitriones dijo sin una gota de modestia: «Esta fue la semana que cambió el mundo».
Y aunque las transformaciones a las que abrió camino durante aquellos días tardaron décadas en materializarse, con solo mirar a su alrededor en aquella mesa, el entonces mandatario estadounidense podía constatar que estaba haciendo algo inédito y trascendental.
Era la noche del 27 de febrero de 1972, estaba en Shanghái y sentado a su derecha se encontraba el primer ministro de China, Chou Enlai, quien había sido su guía y anfitrión durante aquella semana en la que el país más poderoso y el país más poblado del mundo habían reanudado sus contactos luego de 22 años de abierta enemistad.
Además, aunque es probable que entonces no lo imaginaran, habían sembrado las semillas de la relación geopolítica más significativa del mundo actual, la de las dos mayores potencias del siglo XXI.
Pero no hace falta anticiparse tanto. Ya en aquel momento, hace medio siglo, el viaje de Nixon a China era lo suficientemente importante como para anunciar un cambio fundamental en el sistema internacional.
Visita histórica
Nixon se convirtió en el primer presidente estadounidense en funciones en visitar China, algo que pasaría a ser parte de la rutina diplomática de quienes le sucedieron en la Casa Blanca.
Pero, además, no había viajado a una China cualquiera sino a la China de Mao Zedong, la «China roja», como se le llamaba en Estados Unidos durante la Guerra Fría, una época en la que el anticomunismo -ese que el propio Nixon había usado para alimentar su carrera política- era todavía una fuerza mayor en el discurso político estadounidense.
«En su momento, esa visita fue muy importante por su simbolismo. Mostraba que dos países cuyas relaciones se habían congelado desde 1949 y que ya no tenían nada que ver uno con el otro se estaban acercando, lo que abría un montón de posibilidades», dice la historiadora Margaret MacMillan, autora del libro «Nixon and Mao: The Week That Changed The World«, a BBC Mundo.
«Creo que la sola fotografía de un presidente estadounidense dándole la mano al jefe de la República Popular [China] ya era un indicador de que había ocurrido una revolución diplomática«, agrega.
Las relaciones entre Estados Unidos y China se habían disuelto en 1949, cuando Mao estableció en Pekín la «República Popular China», tras haber derrotado a Chiang Kai-shek, el líder nacionalista aliado de Washington que se vio forzado a huir hacia Taipei donde instauró la República de China (Taiwán).
Pero las relaciones entre Washington y Pekín aún se deteriorarían más.
«Durante la Guerra Fría, los chinos y los estadounidenses eran enemigos. Se habían combatido mutuamente en la Guerra de Corea hasta 1953 y China estaba muy implicada dando apoyo a los norvietnamitas en contra de Estados Unidos y de Vietnam del Sur», dice Robert Daly, director del Instituto Kissinger sobre China y Estados Unidos del Centro Wilson, a BBC Mundo.
«De hecho, cuando Nixon fue a ver a Mao Zedong teníamos una especie de guerra a través de terceros con China en Vietnam», apunta.
Pero, entonces, ¿cómo y por qué decidió Nixon acercarse a China?
El enemigo de mi enemigo
Como potencia líder del bloque occidental en plena Guerra Fría, Estados Unidos enfrentaba entonces a dos grandes adversarios en el mundo comunista: China y la Unión Soviética (URSS).
Sin embargo, las relaciones entre Pekín y Moscú se habían ido deteriorando progresivamente desde la década de 1950 hasta llegar a un punto en el que estos países se enzarzaron en un conflicto fronterizo armado que causó decenas de muertos en ambos bandos en marzo de 1969.
Entonces, Nixon vio entonces la oportunidad de sacar provecho de esta brecha en el campo comunista.
«Nixon y Mao buscaban lo mismo: contrarrestar a la Unión Soviética en plena Guerra Fría. La idea de Nixon era que en una relación triangular tú quieres estar más cerca de los otros dos lados que de lo que ellos están entre sí. Su objetivo fundamental era la URSS», comenta Daly.
«Mao Zedong quería lo mismo desde el distanciamiento sino-soviético. A Mao le preocupaba que la URSS pudiera atacar a China, quizá con armas nucleares, por lo que estaba contento de contar con la ayuda estadounidense», agrega.
Pero lograr un acercamiento exitoso a China también fortalecía la posición de Washington de cara a Moscú.
«Nixon y [su asesor de Seguridad Nacional Henry] Kissinger creían que un entendimiento con China le daría una ventaja a Estados Unidos contra los soviéticos», escribió recientemente sobre el tema Richard Hass, presidente del Council on Foreign Relations, un centro de estudios con sede en Washington.
«Era un caso clásico del ‘enemigo de mi enemigo es mi amigo».
Margaret MacMillan destaca que otro objetivo del viaje del mandatario estadounidense era intentar contar con la ayuda de China para poner fin a la guerra de Vietnam, pensando que Pekín podía presionar a los norvietnamitas para que llegaran a un acuerdo de paz con Washington, algo que no se logró.
«Entonces, Nixon estaba viajando a Pekín como una ruta para salir de Vietnam», apunta.
Un tercer objetivo del acercamiento a China apuntaba más hacia el largo plazo, según se desprende de las transcripciones de un diálogo que sostuvo Nixon en enero de 1972 con varios de sus asesores en la Casa Blanca.
Allí dejó claro que le interesaba establecer este vínculo con miras al futuro, para que cuando China «se convierta en una superpotencia, una superpotencia nuclear», poder tener para entonces unas relaciones que permitan discutir las diferencias y no tener un choque de forma inevitable.
Además, advertía que en Asia no era posible mantener al margen a 750 millones de chinos y, al mismo tiempo, tener una política en el Pacífico que sea exitosa en prevenir la guerra sin que los chinos fueran parte de ella.
Enfriando la Guerra Fría
El viaje de Nixon a China, que se extendió entre el 21 y el 28 de febrero, cumplió con el objetivo de abrir una nueva era en las relaciones entre Washington y Pekín y, al mismo tiempo, le permitió a Estados Unidos usar ese nuevo vínculo para tener mayor influencia sobre Moscú.
«Nixon pensaba que ese viaje ejercería presión sobre la Unión Soviética, que entonces estaba siendo difícil ante unos acuerdos sobre armamento que interesaban a EE.UU. Él pensó que una apertura a China cambiaría el cálculo diplomático y así fue: la Unión Soviética se mostró más dispuesta a negociar estos acuerdos de armas con Estados Unidos», señala MacMillan.
El eco de la visita a Pekín no tardó en escucharse en Moscú y produjo una rápida mejoría en las relaciones entre EE.UU. y la URSS, que se plasmó en la invitación que hizo el líder soviético Leonid Brezhnev para que Nixon viajara al Kremlin.
«Era una señal de que los esfuerzos de triangulación estaban funcionando: el temor a unas mejores relaciones entre China y Estados Unidos estaba llevando a los soviéticos a mejorar sus propias relaciones con Estados Unidos, justo como Nixon esperaba», escribió el investigador Ken Hughes, en un artículo sobre la política exterior de Nixon publicado por el Centro Miller de la Universidad de Virginia.
Así, el 22 de mayo de 1972, apenas tres meses después de su viaje a China, Nixon se convirtió en el primer presidente estadounidense en visitar Moscú, donde firmó junto a Brezhnev siete acuerdos que incluían no solamente el tema del control de armamento, sino también otros asuntos como cooperación en investigación en diversas áreas como la exploración espacial y mejoras en las relaciones comerciales.
Geopolítica y más allá
El otro objetivo a corto plazo de Nixon de lograr que el acercamiento a Pekín facilitara poner fin a la guerra de Vietnam no se cumplió.
De hecho, en el extenso comunicado de 1.800 palabras que ambos gobiernos emitieron al final de la visita, el tema de Vietnam así como el de las Coreas, figuran entre los asuntos en los cuales ambos gobiernos hicieron declaraciones separadas en las que ratificaban su apoyo a las partes enfrentadas en estos conflictos.
Algo similar ocurría en relación con Japón, ante el cual Washington ratificaba su deseo de mantener «relaciones amistosas», mientras que China manifestaba preocupación por el «militarismo» de Tokio.
Un punto central para ambas partes era el estatus de Taiwán, que era una de las preocupaciones fundamentales de China, que lo consideraba como un obstáculo para la completa normalización de relaciones con Estados Unidos.
En una hábil salida diplomática, Washington se comprometió en el comunicado final a no cuestionar la postura tanto de la China comunista como de la China nacionalista de que «Taiwán es parte de China» y, más bien, expresaba su deseo de que hubiera un arreglo pacífico del tema «entre los propios chinos».
Era una postura calculadamente ambigua que sentó las bases para la posterior política que durante décadas ha permitido a Estados Unidos desarrollar relaciones plenas con Pekín, al mismo tiempo que mantiene su alianza con Taipei.
Pero, como reconoció Nixon en su cena de despedida, el alcance real de su visita a China iba mucho más allá del contenido del comunicado final.
«El comunicado conjunto que hemos emitido hoy resume el resultado de nuestras conversaciones. Ese comunicado será noticia mañana en todo el mundo. Pero lo que hemos dicho en ese comunicado no es tan importante como lo que haremos en los próximos años para construir un puente a través de 16.000 millas y 22 años de hostilidad que nos han dividido en el pasado», señaló el mandatario estadounidense en su brindis.
Un legado duradero
Aunque Nixon y Mao apuntaban fundamentalmente a objetivos geopolíticos, los logros más importantes de la visita del mandatario estadounidense a China se plasmaron en otras áreas.
«El resultado más importante fue que ellos dieron permiso a los ciudadanos estadounidenses y chinos a conocerse nuevamente desde el punto de vista personal e institucional», señala Day
Y agrega: «Así que a través de las universidades, de instituciones como la Fundación Nacional de la Ciencia, de corporaciones, los chinos y los estadounidenses que habían sido enemigos en la Guerra Fría repentinamente hallaron pozos de buena voluntad y de interés mutuo, y eso se ha mantenido durante la mayor parte de las cuatro décadas siguientes de relaciones».
Y es que aunque inicialmente el interés de Nixon de viajar a China fue manejado con discreción absoluta -de hecho, fue acordado gracias a un viaje secreto que realizó Kissinger a Pekín el año anterior-, una vez que se hizo público fue promovido con fuerza por parte de Washington.
En una muestra de complicidad, el gobierno chino permitió el despliegue en su país de centenares de periodistas y técnicos occidentales que, usando conexiones satelitales costosas e inusuales para la época, le daban cobertura permanente a la visita.
De esta forma, el mundo no solamente estaba informado de las numerosas reuniones de Nixon con Zhou Enlai y de su único encuentro con Mao, sino también de la gira del mandatario estadounidense por Pekín, Hangzhou y Shanghái, donde visitó muchas de las principales atracciones de China y asistió a espectáculos culturales que de alguna manera servían de vitrina promocional para ese país.
Así, aunque el restablecimiento pleno de relaciones diplomáticas bilaterales tendría que esperar hasta 1979, el interés y la forja de lazos entre instituciones y ciudadanos de ambos países recibió un gran impulso desde el principio.
«Yo ceo que esa visita sí cambió el mundo porque repentinamente abrió una relación que no existía y transformó el escenario internacional en el largo plazo», afirma MacMillan.
«Fue el inicio de una relación más profunda entre China y Estados Unidos que terminaría convirtiéndose en algo extremadamente significativo en términos de comercio e inversiones, pero también desde el punto de vista de los intercambios culturales. La relación entre ambos pueblos se volvió más completa y el viaje de Nixon ayudó a abrir un poco esa puerta y luego otras», agrega.
Robert Daly destaca que Deng Xiaoping, el sucesor de Mao, usaría el legado de la cooperación establecida con Nixon no para hacer contrapeso a la URSS, sino para impulsar el desarrollo de China pues la creación de riqueza en China a partir de su gobierno estaba condicionada por el acercamiento previo entre el mandatario estadounidense y Mao.
«El viaje de Nixon tuvo éxito en el corto plazo al lograr el objetivo que se había propuesto, pero también lo tuvo en el largo plazo al ayudar a mejorar el estado de bienestar de al menos una 1/5 parte de la humanidad. Y el ascenso de China también ha ayudado a otros países», señala el experto.
¿Y Nixon?, ¿cuánta importancia le habría dado a este viaje al final de su vida? Probablemente mucha, al menos según la opinión del exembajador Nicholas Platt, a quien siendo un joven diplomático le correspondió viajar a China junto al fallecido mandatario estadounidense.
«Las reseñas históricas que se escriban dentro de un siglo probablemente se limitarán a incluir dos frases sobre Richard Nixon: una relacionada con su apertura a China y, la otra, sobre su renuncia a la presidencia por haber abusado del poder», dijo el exdiplomático en una entrevista en 2014 para la revista de la Asociación de Estudios Asiáticos de Estados Unidos.
«La jugada de China tuvo un impacto profundo sobre la dinámica de las relaciones internacionales, presagiando el fin de la guerra de Vietnam y ultimadamente de la misma Guerra Fría. A juzgar por su propia descripción modesta de la visita como «la semana que cambió el mundo», Nixon lo sabía», concluyó.