Las mujeres que están reescribiendo la historia del bajo Putumayo a través de la música
La colectiva Tejedoras de vida encontró en la juntanza una forma más amena de ser mujer en el Putumayo. Una historia sobre el poder de los tambores, las arengas y la construcción de paz desde las experiencias conjuntas.
«Ese río era como el Nilo en los tiempos de Moisés: rojo», me dijo el taxista que me recogió en el Aeropuerto de Puerto Asís, Putumayo, mientras señalaba el río Mocoa, en el que desembocan los ríos Mulato y Sangoyaco.
Ibamos de camino a la ciudad de Mocoa desde Puerto Asís, un viaje casi de dos horas, pero a ratos no podía escuchar su voz porque la corriente sonaba incluso más duro que las latas y el motor del viejo carro en el que me llevaba. No creo que sea posible viajar al Putumayo sin que el río no sea protagonista de alguna historia. «El río se ve oscuro», le dije, «es por la lluvia, cuando llueve mucho el río baja con mucho barro».
«Y cuando se agarraban entre bandos era peor, mataban de 100 a 300 personas en un día y las echaban todas al río», continúo contándome mientras intentaba endurecer el tono de su voz para que sonara más fuerte que la corriente. Nada suena más duro que el río, a pesar de que el agua fluye, también tiene memoria. El río no olvida y Mocoa y sus habitantes tampoco.
Entre cifras incompletas y cuerpos que no fueron encontrados, se estima que el conflicto armado dejó más de 220.000 víctimas mortales en el departamento de Putumayo, una zona en la que ha reinado, históricamente, la ausencia del Estado. El conflicto allí no discrimina entre hombres, mujeres y niños y ha convertido lo que, se supone, es fuente de vida en una fosa común.
Como respuesta a esas muertes y a un paro armado de más de 30 días que dejó sin comida a la población del departamento en 2005, varias lideresas se organizaron para gestionar ayuda humanitaria y formar una alianza. Si bien allí la guerra no discrimina el cuerpo de las mujeres es territorio de disputa dentro y fuera de las zonas de conflicto. En un país donde las mujeres no nos sentimos seguras en nuestra propia casa, ni en la calle, este grupo se ocupó de salvar las vidas a través de la juntanza bajo el nombre Tejedoras de Vida.
Fátima Muriel, presidenta de la Alianza, y sus compañeras, sabían que no era posible construir paz en un territorio que no reconociera que las mujeres estamos en riesgo sólo por ser mujeres. Fui a conocerlas porque para reescribir la historia de una tierra que ha sido narrada desde la violencia es necesario escuchar a quienes han sobrevivido esa guerra.
«Tejedoras de Vida se convirtió en un proceso femenino de resistencia pacífica de percusión«, me contó Carmen Ocoró, fundadora de la batucada que surgió en el marco de la movilización social del 2021 y que nació de Tejedoras de Vida. Fue el paro más sangriento que se ha vivido en la historia de Colombia.
La cifras de Indepaz muestran que al menos 80 personas fueron asesinadas, 1.468 personas violentadas físicamente y 539 personas sufrieron de desaparición forzada; 27 firmantes de paz y 74 líderes sociales fueron asesinados en el marco del Paro Nacional de 2021.
El 10 de agosto de ese año nace en Mocoa un espacio de sanación y escucha entre mujeres. Sin embargo, fue en 2020 cuando comenzaron los «círculos de la palabra», espacios creados por mujeres jóvenes que hacían parte de la alianza y que, en su mayoría, eran hijas de las fundadoras.
Estos círculos ocurrían, habitualmente, de siete a nueve de la noche en la casa de alguna de ellas. A través de este ejercicio de escucha observaron en sus compañeras historias de violencias compartidas y una forma de acompañar procesos individuales de una forma colectiva.
Era un círculo terapéutico espontáneo que se convirtió en una ruta de actividades.
En 2021 se organizaron para llevar a cabo la primera movilización como protesta a un feminicidio en el territorio. La actividad finalizó en un encuentro de cientos de mujeres en el parque del Barrio Jardín de Mocoa, donde hicieron un micrófono abierto en el que varias de ellas decidieron hablar de las violencias que estaban viviendo.
Comenzaron con una convocatoria virtual con la que, inicialmente, entraron 20 mujeres. Ninguna sabía de percusión, de música o de escribir arengas pero las unía el afán de hacer sonar sus voces al ritmo de los tambores y que dejaran de ignorar sus vivencias. El 10 de agosto de 2021 llegan sus instrumentos y las docentes de la batucada Empoderada de Pasto viajan hasta el Putumayo para enseñarles cómo tocarlos.
Las mujeres de Tejedoras de Vida encontraron en la batucada, en las reuniones semanales, en los toques un espacio para tramitar su rabia y su tristeza a partir del sonido. A través de ella se comenzaron a gestar otros proyectos como la escuela de género, que se enfoca en comprender cuáles son las violencias de género, dar herramientas y apoyo psicológico si se encuentran en una situación de abuso y enseñarles cómo funciona la activación de rutas de apoyo para las próximas que decidan unirse.
Las batucadas se convierten en esta persistencia. En resistencia, en la transformación social que hemos tenido las mujeres desde la música, los tambores. Por eso, hacemos resonar otros corazones que permiten la juntanza. -Carmen Ocoró
A comienzos de 2023, se reunieron en el primer encuentro de Batucadas de Mujeres del sur para el evento ‘Que la calle no se calle’, en Pasto. Con otras colectivas sonoras como la Batucada Empoderada Pasto, la Batucada Sur-versiva de Ipiales, la Batucada Túquerres y la Batucada Guaricha.
El Putumayo se está convirtiendo en territorio de paz también gracias a que estas mujeres se reúnen para intercambiar experiencias y saberes desde el arte. Gracias a ellas, en 2023, se están construyendo cuatro nuevas Batucadas en los municipios de Valle del Guamuez, San Miguel, Puerto Guzmán, y Villagarzón. Es decir, cuatro espacios de acompañamiento para recuperar la agencia que la violencia le quitó a muchas ellas.
Tejedoras de Vida le apostó a construir paz desde la voz y los tambores de mujeres que ven en la juntanza la fortaleza individual.